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El amor

El amor, ¡oh el amor!, podría hablar durante horas de esta palabra tan singular. Mucho se ha hablado sobre el amor y muchos han portado su nombre como estandarte. Si bien es cierto que el amor es el tema que más tinta y más lágrimas ha hecho derramar a lo largo de la historia, añadiré un poco más de esa locura con este discurso; aunque eso sí, comenzaré diciendo que hay que hablar menos sobre el amor, y amar más.

Vamos a intentar describir el amor desde todos los ángulos posibles, para no perdernos en un solo sentido de este gran concepto. Uno de los grandes problemas para definir el amor, es la limitación de nuestro lenguaje, pues solamente tenemos una palabra para definir muchas cosas. Llamamos amor a cualquier cosa: cariño, deseo, obsesión, dependencia, apego, amor (propiamente dicho)... 


Amor

Los antiguos griegos tenían tres palabras para definir el amor: eros, philos y agape. Eros era el amor pasional, el enamoramiento. Philos era el amor fraternal, la amistad. Agape era el amor divino, el Amor Universal —ese que se escribe con mayúsculas—. Los esquimales a su vez, en su lenguaje tienen varias decenas de nombres para denominar a los diferentes matices del color blanco. Si solo tuvieran uno, su concepción del mundo que les rodea sería muy limitada. Así nos sucede a nosotros con la palabra amor en la mayoría de idiomas actuales. Cuando decimos «te quiero», estamos diciendo tantas cosas que ni siquiera nosotros sabemos lo que queremos decir; faltan matices, falta vocabulario… Aunque, en la mayoría de los casos, cuando decimos «te quiero», en realidad estamos diciendo «te necesito».

El amor más elemental es el amor que surge entre familiares directos, el amor fraterno. Es cariño, ternura, protección, sentimiento de pertenencia a un círculo de personas. Especialmente cuando un niño es pequeño, surge un vínculo muy profundo con los padres y hermanos, siendo este amor muy importante y decisivo para el posterior desarrollo del niño; es su fuente de nutrición, de seguridad y de supervivencia. Así, dependiendo de la cantidad y calidad de amor que haya recibido, su personalidad quedará definida de una manera u otra.

También está el amor hacia los amigos, llamado amistad. Este es probablemente uno de los amores más puros, pues es, en cierta medida, incondicional. Al buen amigo todo se le perdona y se le comprende y aprecia sea como sea, haga lo que haga, diga lo que diga. En fin, ni que decir hay, que quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Es con los amigos con quienes se camina codo con codo a lo largo de los grandes derroteros de la vida. La amistad, en algunos casos, es la más pura expresión del amor. Amigos así no abundan, se pueden tener muchos conocidos o muchos amigos (con minúsculas), pero amigos de verdad, Amigos con mayúsculas, en la mayoría de casos se cuentan con los dedos de las manos.

En otra escala está el tan fogoso amor hacia la amada o el amado. ¡Cómo puedo pretender yo describir tal emoción!, ¡cómo oso intentar plasmar en ridículas palabras el ardor que produce en nuestro corazón la presencia del amado, su tacto al contacto con nuestra piel o su divina silueta a nuestros ojos! Sí, creo que es innecesario describir este estado de enamoramiento; sencillamente, el objeto amado es la razón de ser. Pero en este caso, lo llamaremos amor con minúsculas, pues es una emoción, una pasión; algo que surge de la boca del estomago, no del corazón. En las fases iniciales del enamoramiento solo hay química, pasión, cariño y esperanzas de futuro. Solo vemos nuestro lado bueno reflejado en el otro. Están fusionados el instinto de procreación, la emoción de la afectividad y el pensamiento de estabilizar nuestra vida. Hay una parte animal en nosotros, la del instinto; esa parte inconsciente, y muy necesaria, que nos hace unirnos en parejas con el objetivo de perpetuar la especie.



Mas cuando eso se acaba y continúa la relación, ahí ya hay corazón: hay comprensión, aceptación, tolerancia y colaboración. Lo animal ya está transcendido, y queda lo humano: el amor. Cuando se acaba el querer, empieza el amar.

Es la falta de amor lo que vuelve a los hombres mezquinos; su carencia los lleva a la locura, a la perversión y a la desesperación. Es la falta de amor lo que tuerce al hombre hacia el sendero de la crueldad y la destrucción. El grado de maldad de una persona, podría decirse que es directamente proporcional a la carencia de amor en su corazón. Es la falta de amor una de las causas fundamentales de la infelicidad.

Desgraciadamente, hoy en día —y siempre hasta hoy—, son numerosas las personas carentes de amor; son demasiados los corazones vacíos, los corazones sin consuelo, los corazones cerrados, los corazones anhelantes de recibir pero cerrados a dar.


El amor es capaz de llevar luz a la caverna más oscura, pero su ausencia es devastadora; capaz de crear otra era glacial. Hay quienes argumentan incluso que el amor es la fuerza que une a los electrones, a las estrellas y a los planetas; que por amor evolucionan las moléculas y elementos, y que por amor surgió la vida. Es posible, ya que sin duda el amor es una de las fuerzas más poderosas que existen.


Vamos a ver ahora de dónde surge el amor, por qué amamos. Desde una visión puramente científica, el amor puede ser una de las mayores estrategias biológicas para perpetuar la especie. Es decir, el amor deriva de los instintos de supervivencia, a modo de perfeccionamiento evolutivo. Para entender esto tenemos que situarnos en los albores de la humanidad. La mujer necesita de nueve meses de gestación para producir un nuevo ser, y durante ese tiempo se vuelve vulnerable y necesita protección. Si el hombre no sintiera amor por su mujer, ¿qué le empujaría a permanecer con ella? Lo mismo sucede cuando nace el bebé, durante varios años es totalmente vulnerable y necesita de todo tipo de cuidados por parte de sus padres. ¿Qué pasaría si los padres no sintieran amor por sus hijos? No habríamos llegado hasta donde estamos. Se puede argumentar que con el instinto basta para criar, al igual que algunos animales, pero me parece insuficiente.


Algo similar pasa con la fraternidad y la amistad. El ser humano es más eficiente si trabaja en grupo, si caza en grupo, y tal vez los lazos de amistad surgieron por esa misma estrategia evolutiva que hemos descrito antes. En grupos numerosos, los hombres tuvieron mayores opciones de sobrevivir a las duras condiciones de los inicios. Hoy en día no necesitamos cazar en grupo, ni defendernos de depredadores, pero necesitamos de un grupo de amigos para mantenernos socialmente activos en el mundo, sin caer en la locura y la infelicidad. Zoon politikon, eso es el hombre según Aristóteles, un animal social.


Esta hipótesis parece razonable, pero a mi parecer, es insuficiente para explicarlo todo, tiene que haber algo más, pues, ¿de dónde surge el altruismo?, ¿el amor incondicional?, ¿la compasión? ¿Qué estrategia biológica puede tener el ayudar a personas desconocidas sin esperar obtener nada a cambio? Vamos a seguir investigando.


Caridad

A lo largo de la historia ha habido mucha barbarie, mucha crueldad, mucho egoísmo. Pero también ha habido quienes han predicado bondad, compasión, amor, no ya solo a los seres queridos, sino a todo el género humano. Para que esto sea así, ha de haber algo más que instinto, algo más que genética, algo más que «ciega evolución». Ha de haber algo poético, algo místico, algo divino, algo realmente Humano. Sí, humano, porque lo instintivo es animal. El amor es genuinamente humano, muy humano. El amor es lo que nos hace ser «seres humanos», lo que nos da «humanidad»... Si no poseemos amor, seremos solamente «hombres», animales de dos patas con cierta capacidad de raciocinio. Pero si hay amor en nuestro corazón, eso nos eleva a una categoría superior.


Hemos avanzado mucho como Civilización, poseemos leyes que protegen nuestra integridad y nuestra dignidad, pero aun así, una gran parte de la población mundial es torturada, maltratada, desconsiderada.... Millones de personas viven en la pobreza, sufren y padecen grandes injusticias. Sí..., todavía hay sobre la faz de la Tierra más hombres que humanos.


El amor ha de provenir de algún lugar más recóndito de nuestro ser, más profundo. El amor, más que un instinto, un sentimiento o una emoción, ha de ser una virtud, algo que proviene directamente de la divinidad. Esto que acabo de decir no tengo forma de demostrarlo, no obstante, lo digo. 


La compasión, ese tipo de amor sublime, tiene también mucha relación con la sabiduría, ya que sólo comprendemos aquello que hemos vivido en nosotros. Por lo general, tememos, odiamos y repudiamos aquello que no conocemos, pero si lo conocemos, si lo «sabemos», surge en nosotros ese innato impulso por ayudar a los demás; pues vemos nuestro dolor reflejado en el otro, y a consecuencia de esto, de esta comprensión, surge ese afán de colaboración. Este tal vez sea otro de los mecanismos del amor, de la compasión.


En resumen, podemos decir que hay tres tipos de amores: 


  • El que proviene del instinto.
  • El que proviene de las emociones.
  • El que proviene del corazón (no del músculo, sino de lo más profundo y divino de nuestro ser).
Por lo general instintos y emociones están muy ligados, y es difícil separarlos.

Por ejemplo, conocemos a una persona que nos atrae físicamente. Se activa en nosotros el instinto de procreación que pone en marcha el deseo de poseer dicha persona. Con un poco de roce —el dicho «el roce hace el cariño» es muy acertado—, surgen emociones de afecto, de ternura, de apego..., al igual que una proyección en el futuro con esa persona (después de un tanteo inicial, si vemos varias cualidades positivas, nos planteamos un proyecto de vida común con dicha persona, es decir, emparejarnos). Después, serán las experiencias compartidas y el desarrollo de nuestras emociones lo que forjará esos lazos de amor.


Lo que quiero hacer notar con esto, es que hay muchos factores que intervienen en las relaciones. Hay instintos subconscientes que mueven los hilos en nosotros, hay emociones que se van tejiendo así como un gran factor mental a modo de proyecciones, idealizaciones e ilusiones. Pero este tipo de amor siempre suele ser egoísta, en el sentido de que esperamos algo a cambio de algo.


El Amor con mayúsculas, que algunos relacionan con amor al Creador o con amor al prójimo, es en cierta medida inegoista, y a mucha gente le cuesta ya no sólo entenderlo, sino desarrollarlo. «Hay que amar», nos dicen. Sí, pero ¿cómo se ama si el amor no surge en nosotros? Porque el amor, o surge o no surge; o nos enamoramos o no nos enamoramos. Es fácil amar a tus padres, a tus hijos, a tu pareja y a tus amigos, pero no lo es tanto amar a los desconocidos. Es fácil enamorarse de una persona atractiva y bella, pero no lo es tanto de otra con cualidades menos deseables.


«¡Amarás al Señor tu Dios por encima de todas las cosas!», reza el primero de los diez mandamientos de la Tradición Judeocristiana. «¡Ama a los demás como a ti mismo!», decía Jesucristo. 


Pero, ¿cómo se ama lo que no se conoce? ¿cómo vamos a amar a los demás si apenas nos amamos a nosotros mismos? No ama el que quiere sino el que puede. Amar requiere de un gran trabajo interior, que empieza por nosotros mismos. Tenemos que aprender a respetarnos, a conocer nuestros límites, a aceptarnos como somos..., en definitiva, a amarnos a nosotros mismos.


¿Cómo amar a Dios, si no lo conocemos? No basta sólo con que nos digan «tienes que amar a Dios», porque no lo vamos a hacer, y si lo hacemos es por temor a las represalias o por el deseo de conseguir recompensas. ¿Qué niño puede amar a un padre que no conoce? Esto también requiere de un trabajo interior, de un trabajo de autoconocimiento, de hallar la divinidad dentro de nosotros. Se puede abrazar una fe, una religión, pero si no hay una percepción directa de algo, una experiencia mística que nos redima..., más que amor verdadero habrá obediencia, costumbre, ritual, creencia.


Eros, philos, agape

Tal vez Dios sea amor puro; tal vez Dios se manifieste en nosotros a través del amor, o el amor a través de Dios... Eso habrá que descubrirlo. Muchos lo dicen sí, pero insisto, hay que saberlo para que surja en nosotros algo genuino.


Tenemos que comprender, que encontrar en nosotros, que experimentar de primera mano que hay un Creador cuya expresión es el Amor, que no hay separación, que no hay amigos o enemigos, que todos los seres viajamos en el mismo barco, en la misma nave espacial llamada Tierra, y que lo que es bueno para uno, es bueno para todos. Tenemos que reconocer que todos somos una esencia perfecta emanada de la misma fuente. Cuando hay amor, el odio, la separatividad y la competencia se ven truncados por bondad, unidad y colaboración. Nos vemos reflejados en el otro, y al otro en nosotros. Hay comprensión, aceptación, tolerancia y colaboración.


Este es el Amor del que han hablado todos los grandes Maestros de la historia. Este es el amor que surge del alma, de la esencia de nuestro ser; ni es instinto, ni emoción ni pensamiento; simplemente sale del corazón y vuelve al corazón. Este es el ágape, y ser poseedor de él no significa que ya no tengamos a philos ni a eros. Al contrario, seguiremos teniéndolos, pero podemos diferenciarlos y disfrutar de ellos tres, sin tener esa confusión mental y emocional que teníamos hasta ahora.


Esto es lo que el mundo necesita para ser un lugar mejor: amor. Más agape, más philos, más eros. Mas compasión, más amistad, más ternura. No importa cómo, ni con quién, ni dónde, ni cuándo..., más amor es lo que hace falta; sublimar ese amor, descubrir las potencialidades del amor; ascender en la escala del amor, del primer peldaño al último. Amar más en definitiva. 


Así concluyo este discurso, al igual que lo he comenzado, indicando la necesidad de hablar menos sobre el amor, y de amar más, porque al final, las palabras son solo palabras, se las lleva el viento, y siempre se corre el riesgo de hablar en exceso o de no definir con suficiente precisión los conceptos. En cambio el amor..., el amor se hace carne, el amor se convierte en obras, el amor se escribe en piedra.


Allí donde hay amor, hay sabiduría;
donde hay sabiduría hay unidad;
donde hay unidad hay plenitud.


Fragmento del libro "El Uno sin segundo", de Gopal.


4ª lección del curso de yoga para intermedios: YAMA (Ahimsa - Amor):




1 comentario:

  1. Me han encantado esta clase, aún me sigue haciendo ruido la palabra caridad pero definitivamente me ha puesto a pensar tu argumentación. Muchas muchas gracias por compartir.

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